Es posible que todos los que hemos sido adoctrinados escolarmente en los parámetros de la Cultura Occidental, estemos convencidos y aceptemos, sin ninguna objeción, que el Ser Humano sólo puede lograr su autoreconocimiento, establecer una concepción del mundo en el que se halla y definir el lugar que le corresponde en éste, si se concibe, junto con los demás individuos que integran la especie, unitariamente; pues al compartir todas las características de ella se hace legítimo participante de la condición humana, a la que le incorpora, particularmente, lo que él haya desarrollado en su especificidad concreta (Briceño, 1992: 7-8).
Pero el devenir histórico, al ser concebido como un desarrollo continuo, a pesar de que él compone, en su constante gestación, un conjunto discontinuo, conduce a que la periodificación sucesiva que suele señalarse como sintetizadora de la Historia Universal: Prehistoria, Antigüedad, Medioevo, Modernidad, Contemporaneidad... se refiera a tipos socio-históricoculturales diferentes que no estructuran ninguna serie continua de un período a otro o de todos en conjunto; pues la significación que puede tener, por ejemplo, la organización de un culto central en torno a la adoración de Marduk impulsada por la corte de Hammurabí (1792-1750 a.C.) para fortalecer el poder de la ciudad-estado de Babilonia sobre los diversos dominios de Mesopotamia, en la Edad Antigua, carece fraudulentos»...por completo de significación y universalidad en los otros períodos. Al respecto apunta Lévi Strauss... «la pretendida continuidad histórica sólo es posible con trazados fraudulentos”...
De ahí la incorporación, a la noción de Historia Universal, de la idea de “progreso” con una nueva carga significativa, en la que era posible considerar que una serie lineal de hechos, referidos a una comunidad, sociedad, cultura o pueblo específicos, podía ser establecida -a pesar de la arbitrariedad metodológica y teórica que ello implicaba- como el rumbo más deseable entre todos, lo cual serviría para hacer un “balance de la Historia” y también para elaborar una profecía sobre el porvenir (Abbagnano, 1974: 933).
Si nos acercamos al mundo sólo con nuestra subjetividad, lo encontraremos tal como nosotros mismos estamos; sabremos y veremos cómo ha tenido que hacerse todo y como hubiera debido ser. Nuestro fin debe ser conocer la sustancialidad y para lo cual hace falta la conciencia de la razón, no solos los ojos, ni un intelecto finito, sino los ojos de la razón, para atravesar la superficie y penetrar la intricada maraña de los acontecimientos, lo primero al ocuparse de la historia es el espíritu de los acontecimientos, que hace surgir los mismos.
Vemos un ingente cuadro de acontecimientos y actos de figuras infinitamente diversas de pueblos, estados e individuos, en incesante sucesión. En todos estos acontecimientos y accidentes vemos sobrenadar el humano, hacer y padecer en todas partes algo nuestro y por tanto, una inclinación de nuestro interés en pro y en contra
Referencias.
BRICEÑO GUERRERO, J. M.
1983. La Identificación Americana con la Europa Segunda, 2ª. Edición, Universidad de Los Andes: Consejo de Publicaciones, colección Textos de consulta, Nº. 1, serie: Humanidades y Educación. Mérida.
Boletín Antropológico. Año 20, Nº 55. Mayo-Agosto 2002, ISSN: 1325-2610. Universidad de Los Andes. Mérida. Miguel Ángel Rodríguez, “Historia Universal” Una noción... pp. 597- 628.
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